De Director a Director
Por Gerardo Lara.
En el año de 1985 conocí al maestro Alejandro Galindo, durante un curso extraordinario extracurricular en el antiguo CUEC, poco después lo conocí más de cerca cuando compartimos escena como actores en El misterio de la araña, cortometraje dirigido por mi amigo Cesar Taboada, en ambas ocasiones pude hablar largo y tendido con el maestro Galindo; el resultado fue que recibí lecciones inolvidables de ese director imprescindible en la historia de nuestro cine.
“No hablo de mis colegas y menos de su cine”…“cada quien su cine”… “Yo soy el mejor director de mi cine, pero soy el peor en el cine de otro”. ¡vaya lección del maestro!; me hizo entender aquellas palabras del maestro John Ford que decía que “El director de cine debe ser anónimo”.
Desde entonces dejé de comparar mi cine con el de los demás y aprendí a respetar a TODAS las Directoras y TODOS los directores, sobre todo a quienes como yo, hacen cine mexicano en una industria pavorosa, decadente y llena de obstáculos y contradicciones; aprendí a no competir con nadie.
Por esa razón no asistí a la ceremonia de entrega de ARIELES en la que fui nominado a mejor Ópera prima y mejor Argumento original, pues en base a las palabras de Alejandro Galindo, descubrí que es un absurdo y una estupidez, ponernos a competir entre actrices, actores, directores o directoras y puesto que yo no compito, no podía sumarme a esa farsa.
Comparar una película con otra es un contrasentido, atenta contra la naturaleza cinematográfica, las películas solo compiten consigo mismas; por lo tanto, todo premio o estatuilla en ese sentido es un despropósito banal, todas las premiaciones están dirigidas al mercado…algunas con su glamour ridículo (oscares) y algunos con su ridiculez a secas (arieles).
En el caso de la entrega del Ariel (que ojalá fuese cierto que ya no se entregarán), se ha convertido cada vez más en el remedo chafa del chafisimo Oscar; falso glamour, auto complacencia, auto premiación, auto aplausos.
Los premios cinematográficos, Oscar, Ariel, Goya, etc., son un lastre para el cine, poner a competir a actores, actrices, guionistas o Directoras y Directores es un sinsentido; no existe ningún criterio de valor para decir que una película es mejor que otra, o una actuación mejor que otra.
Es muy difícil para la gente de la industria resistirse a la tentación del premio, en el caso del OSCAR, sólo ha sido rechazado por George C. Scott Y Marlon Brando, ha habido quien recibe el premio, pero no va a la ceremonia como Katherine Hepburn que no asistió a la entrega de ninguno de sus cuatro estatuillas que ganó como mejor actriz y hay quienes siendo actores superlativos, fueron nominados varias veces pero jamás lo ganaron, como el gran Albert Finney que decía: “me importa actuar, el OSCAR es para esnobs”
A pesar de que esas premiaciones presentan signos de decadencia, el mercado manda y seguirán siendo un parámetro comercial, que en el imaginario de la gente son la “aspiración máxima de quienes hacen cine”; por lo tanto, un gran porcentaje de nuevos cineastas hacen cine para “ganar premios”, hacer una película para competir por algo, es la fórmula del cine desechable tan en boga hoy en día.
Como decía el maestro Alejandro Galindo, “cada quien su cine”; toda propuesta es válida; lo que en realidad se exige es que el piso para evaluar los proyectos que tendrán subsidio estatal, tengan el piso parejo, que se erradiquen los históricos privilegios del pasado reciente en las que dos o tres compañías gozaban de preferencias y ventajas.
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